Muere quien es, sin duda, la más importante personalidad de la historia del cine español. Las necrológicas se quedan ridículamente pequeñas. Las glosas raquíticas. Brillante, insumiso, apabullante talento sostenido hasta el último día por una cabeza prodigiosa.
Deja huérfanos amores, hijos, amigos, conocidos, colegas, admiradores, pero, y esto es lo más triste, deja huérfano a un país que no está para permitirse el lujo de derrochar seres irrepetibles. Pienso en Emma Cohen, su compañera y cómplice; también en Manolo Aleixandre, su primer amigo en el teatro; la Asquerino; tantos...
Tantos podrían hablar de lo que Fernando significó para ellos. En el oficio fue el espejo en el que nos mirábamos, el orgullo secreto cuando venían mal dadas y todo se tambaleaba. Miren, nunca jugó al personaje popular ni al cariño fácil. Tuvo siempre discurso propio y lo que los demás esperábamos acerca de cualquier asunto era saber: ¿y de esto qué piensa Fernán Gómez?
Cuando dejó de salir por las noches, se llevó la tertulia del café a casa. Agarrado a un whisky jamás pontificó, sino que buscó la intimidad de un teatro entre amigos. Porque dedicó a la amistad sus mejores destellos. Nunca Luis Alegre y yo podremos agradecer lo suficiente al actor Juan Diego que nos llevara a su casa una Nochevieja hace 17 años y nos presentara como dos cantantes callejeros de Zaragoza en busca de dinero para pagar la pensión. Aquella fue la entrada en un privilegio que quizá ni nos merecíamos. Cómo contar su don para la conversación. Amaba el lujo, pero el lujo era él.
Sentimental disfrazado de ogro, a Fernando le divertía que se conociera su mala leche. Era su escudo antiplastas. Pero el brillo de sus ojos cuando algo lo emocionaba, lo excitaba, el centelleo juvenil ante la belleza femenina, la pícara sonrisa para servirse un vaso más o celebrar la ocurrencia o el disparate de algún contertulio, se convierten hoy en tesoros que los allí presentes guardaremos como alguna de las cosas más preciadas de nuestra existencia.
Pero no se aflijan, que deja para los que vengan detrás una obra plena y contundente. Dirigió películas como La vida por delante, El mundo sigue, El extraño viaje, El viaje a ninguna parte y le puso cara y voz al cine de nuestro país. Escribió una de las obras fundamentales del teatro contemporáneo, Las bicicletas son para el verano, y un libro básico en la literatura memorialista, El tiempo amarillo. Fue el protagonista de la aventura de la palabra en el siglo XX, así tituló su discurso de entrada en la Academia de la Lengua, porque pocos han tratado tan bien la palabra como él.
Le gustaba el flamenco, el jazz, la literatura de entreguerras y el tango. Su favorito era Caminito, un canto a la huellas que el tiempo se encarga de borrar. Puede descansar tranquilo, tardará mucho en borrarse su largo viaje por esta tierra. Sé que le fastidiaba enormemente morirse, pero, querido Fernando, no te puedes imaginar cómo nos duele a nosotros. Buen viaje, amigo.
Fernán-Gómez
Francisco García Castro - Estepona, Málaga –
EL PAÍS. 23/11/2007
Cómico, galán, escritor, pícaro, anarquista, Fernando Fernán-Gómez, actor, el último animal escénico del siglo XX español, el último actor de oficio e intuición, el último cineasta artesanal y clásico, el último narrador cervantino. Fernando Fernán-Gómez no cuajó en un género o una disciplina, Fernán-Gómez lo hizo todo y bien: teatro, cine, literatura, periodismo, tele, nada detuvo su personalidad desbordante, su arrolladora creatividad, su genio y su mal genio.
Fernán-Gómez abarca el siglo XX entero y cada generación recordará del maestro una cosa diferente. Los maduros de ahora, aquellas películas coloreadas del franquismo en que interpretaba a un galán irónico y pelirrojo. Los jóvenes de hoy recordarán la inconfundible voz del Quijote en los dibujos animados de Cruz Delgado; El viaje a ninguna parte, canto del cisne de los cómicos de siempre, los abnegados actores que realmente vivían la escena por los pueblos de España; la interpretación en El abuelo de Garci, tan literaria y llenas de ecos galdosianos; la inolvidable actuación en La lengua de las mariposas, donde Fernán-Gómez muestra la trágica sensibilidad del republicanismo español en tiempos de guerra y, finalmente, el epílogo genial de David Trueba, La silla de Fernando, en la que sólo un primer plano del protagonista sostiene una película llena de emociones, inteligente y lírica.
Fernando Fernán-Gómez inició su viaje a ninguna parte; decía el maestro que el día que terminó la guerra él lo celebró andando todo un día o dos hasta salirse de los confines de Madrid, caminaba a ninguna parte, hacía camino al andar, sin un destino, "ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar".- José Aurelio Martín Rodríguez. Cádiz.

Júpiter es inmortal
RAFAEL ÁLVAREZ, EL BRUJO 22/11/2007
Era Júpiter tonante que blandía el rayo de su voz. Un dios del Olimpo, el padre de los dioses del talento. Yo le tenía tanto respeto que me azoraba cuando estaba delante de él. Me ponía nervioso, tímido, me volvía torpe. Le admiraba profundamente y contemplaba siempre su figura con sumisa reverencia, como quien contempla un monumento. Fernando era un monumento. Cuando él hablaba, yo escuchaba como un cachorro estremecido ante el rugido imponente del jefe del clan, el patriarca, el rey de la manada.
Mi propio instinto de actor, de cómico como diría él, me hacía reconocerle como algo vivo y sagrado: el antepasado epónimo que confiere regia dignidad a toda la estirpe del teatro. Yo era de esa estirpe de nobleza y cuando le veía en el cine, en televisión o en el teatro ahí estaba yo también, con él. Por su presencia yo experimentaba el orgullo del linaje porque él era El Actor que estaba ahí, con esa calidad e intensidad de presencia que otorga siempre dignidad a todo lo que hace, por insignificante que fuera la función, la serie o la película. Su autoridad emanaba del misterio grande y radiante del actor: la presencia. Y además, Fernando Fernán-Gómez tenía el don para expresarla. Es normal que ante alguien así experimente uno la fantasía o la conciencia imperceptible pero cierta de su inmortalidad. Fernando es un mito y un mito siempre es inmortal.
Tuve la suerte de pisar el escenario junto a él en Alicante con motivo de un homenaje que se le hacía al insigne dramaturgo español contemporáneo. Yo representaba su versión de Lazarillo de Tormes (que aún hoy después de 16 años sigo representando en gira por todas partes). Al final de la función hube de sacarle a escena para que dijera unas palabras. Yo tenía miedo porque nunca se sabe por dónde puede salir Júpiter blandiendo el rayo, ante el atrevimiento osado de alguno de sus cachorros: se me ocurrió eliminar cuatro o cinco páginas de su versión para sustituirla por una especie de entremés o "descanso" de mi propia cosecha compartido con el público donde yo improvisaba chanzas y chascarrillos varios (siempre anécdotas sobre mis experiencias haciendo esta misma obra por esos pueblos de Dios) que el público celebraba gozoso con frecuentes ovaciones y risas.
Cuando le recogí entre cajas me cambió el paso. Sentí el peso de sus pies sobre las tablas como una plomada. A su lado yo era una plumita que flotaba inconsistente. Tuve la conciencia cierta de lo que es andar y pisar de verdad un escenario. Su rostro era una máscara. Los ojos azules profundos no dejaban traslucir nada. Cuando llegó a la "corbata" hizo una pausa. Un enigmático abismo que el público saludó con respetuoso silencio: "De esta obra", dijo, "de esta obra que acabamos de ver [yo temblaba], de esta obra lo que más me ha gustado ha sido el descanso". Al unísono el público soltó la carcajada, aplaudió y yo respiré al fin con alivio. Júpiter se mostró favorable al cachorro.
Era grande, pero noble y generoso. Jamás lo olvidaré. Transmitía un secreto en la acción sin palabras. El fuego sagrado del teatro. Gracias, Fernando, los dioses viven siempre. Esta muerte es tu última victoria. De momento.
El tiempo del escritor
JAVIER RIOYO 22/11/2007
Había crecido en un mundo que parecía una novela costumbrista. Se acostumbró a vivir cada día como un personaje de una novela, de una obra que transcurría entre la irrealidad del teatro, el mundo del cine, la vida del café y las fugas en un mundo injusto y puñeteramente divertido.
El escritor Fernando Fernán-Gómez, premio Príncipe de Asturias de las Artes y las Letras, premio Nacional de Teatro, premio Lope de Vega, finalista del Planeta, académico de la Lengua, no ha sido el escritor que pudo ser porque su vida de actor, de director teatral y cinematográfico, le robaron el tiempo del escritor que pudo haber sido.
Pertenece a una generación que tuvo en el Café Gijón su lugar de vida, de tertulias literarias, de escribir, beber y ligar. Un lugar literario que frecuentó desde los oscuros años cuarenta hasta los abiertos años sesenta. Allí conoció los tiempos de la Juventud Creadora de García Nieto, las visitas de los consagrados Gerardo Diego o Eugenio Montes y la llegada de los jóvenes, sus contemporáneos, la generación de los "niños de la guerra". Fernán-Gómez, que sin querer estaba en el grupo de los mayores, miraba con envidia a aquellos jóvenes que le parecían existencialistas a la madrileña. Se llamaban Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre o Rafael Azcona. Los admiraba, siempre admiró a los escritores, a los poetas y no tardó en hacerse amigo de muchos de ellos. Con su anónima generosidad ayudó a crear y mantener el Premio de Narrativa Café Gijón. Entre sus mitologías de café se cuenta que, sin que nunca lo supiera uno de los supervivientes del teatro y el humor, el relegado autor Jardiel Poncela recibió durante un tiempo dinero de un anónimo admirador. La generosidad oculta de Fernán-Gómez que conocen muy bien quienes han sido sus amigos estaba detrás de aquel sobre.
En aquel café se mezclaban "monárquicos, republicanos, católicos, comunistas, anarquistas, tecnócratas y hombres que acababan de dejar en el armario la camisa azul y la pistola", en ese lugar donde se refugiaban los "enchulados de la violencia cuando no sabían dónde descargar sus palos de ciego", decidió que él también sería escritor. Y lo fue entre otras razones porque allí pasó muchas horas de vida, charlas y discusiones literarias. Un lugar en el que un autor como Buero Vallejo parecía el apuntador de una tertulia, donde Cela sentenciaba y Mercedes Fórmica se separaba de su pasado de camisa azul, era un buen lugar para observar la vida y contarla.
Tardó en escribir, pero con Las bicicletas son para el verano -que empezó siendo un guión radiofónico- consiguió todos los reconocimientos como autor teatral. Y entre sus novelas, casi siempre alimentadas de su vida, de la memoria de su vida de cómico, de hijo de cómicos, hay que destacar El viaje a ninguna parte, después llevada al cine. Con El mal amor fue finalista del Premio Planeta del año 87. Y son destacables sus novelas de la memoria, de un costumbrismo pasado por el descreído culto que fue, La Puerta del Sol, El tiempo de los trenes, Stop o El vendedor de naranjas.
Fue desde muy joven un poeta oculto. Apenas publicó algunos poemas en alguna revista. Había sido un gran lector de poesía y eso se deja ver en su antología, El canto es vuelo. El gran libro de Fernán-Gómez, del escritor que se entretuvo con la vida y sus actuaciones, sin duda son sus tomos de memorias El tiempo amarillo.

Mucho más que un señor muy pelirrojo
DIEGO GALÁN - Madrid - 21/11/2007
Ha muerto Fernando Fernán-Gómez. Uno no quiere creerlo, ni acostumbrarse a estar sin su talento, su sentido del humor, su experiencia, y el constante derroche de ingenio y discreción que él mezclaba sabiamente con un implacable sentido de la lógica. Fue singular en el cine, la novela, el teatro, la televisión.., pero sobre todo fue grande como persona. Un tipo excepcional. Se nos acaba una época.
No le gustaba envejecer si ello suponía sentirse mal, pero no echaba de menos su juventud, cuando no era apolíneo ni siquiera guapo, sino desgarbado, pelirrojo, con una narizota imposible, y una voz severa. “No me noto ahora más feo que cuando era joven”, decía, argumentando que es una suerte no poder añorar lo que no se ha tenido. No se correspondía su físico con la imagen del típico galán joven de los años cuarenta, en que comenzaba su carrera de actor, pero poco a poco se hizo un lugar en la pantalla. El tiempo le fue aportando dominio y cierto porte, y ya de mayor, acaparó la atención de los directores más jóvenes, deslumbrados por su talento como actor, y de hombre sabio.
Lo que le molestaba a Fernán-Gómez eran la algarabía y la estupidez. Hombre de palabra, de palabras, se sentía cómodo rodeado de amigos con quienes compartir la vida. De ahí le vino su merecida fama de buen tertuliano. Estar con él era un privilegio, incluso cuando en los últimos años sus dolencias le quitaban brillo en la mirada o rotundidad a la voz. Siempre le surgía una observación aguda, una anécdota significativa, o una curiosidad inocente. Años atrás, él lo decía a menudo, también le había gustado la vida de noche, cuando ésta era tranquila, y se podía alternar en cabarés con putas de lujo, y naturalmente con amigos. Digan lo que digan, Fernando Fernán-Gómez fue exquisito con los demás, conservó siempre las buenas formas de un hidalgo de otros tiempos; tiene maldita gracia que ahora se le recuerde más por algún exabrupto de cascarrabias que por su delicadeza permanente. Tenía estilo.
Fernando se avino a casi todo en su carrera de actor. Era dócil y aceptó cualquier oferta, siempre que no le obligara a ejercicios físicos insoportables para él. Y al mismo tiempo, fue un artista empeñado en abrir puertas para que se fueran a tomar vientos la mojigatería y cualquier atisbo de poder. Creía en el hombre libre de ataduras y lo pregonaba. Ha dejado obras magistrales, como El extraño viaje en cine, Las bicicletas son para el verano en teatro, Juan Soldado en televisión, El tiempo amarillo, su autobiografía, en libros, en las que se respira la búsqueda de la libertad, de la utopía. Le tocó en mala suerte vivir la guerra, la posguerra, la dictadura, “todo era entonces un esperar, esperar, esperar…”, y luego vino la democracia, que él no llegaba a aceptar del todo, como el ácrata que siempre fue. Uno de sus lemas era dudar de cuanto digan los poderosos. "Yo me considero ya un contemplador de la vida, vivo de mis memorias y de las memorias de otros".
A menudo discutía con su amigo Eduardo Haro Tecglen; seguro de que él sería quien en este periódico escribiera su necrológica, le confesó: “No todos los días, pero sí con mucha frecuencia, me digo: Oye, Fernando, no te empeñes en pensar en tu porvenir, no te esfuerces en pensar en lo que debe ser. Todo lo más, y si es para entretenerte, piensa en lo que ha sido, porque lo que ha sido ya está hecho, piensa que así ha sido, y santas pascuas. De modo, Eduardo, que no hay más allá, no podemos arreglarlo”. Rotundo Fernán-Gómez.

Razones para quererlo
Elvira Lindo 25/11/2007Se me saltaron las lágrimas. Yo, que no lloré cuando murió, porque estaba en Nueva York y allí su muerte se diluyó en la irrealidad de otra vida, me sorprendí a mí misma emocionada, dos años más tarde, al ver una imagen suya, de niño, en un libro de Alfonso. "El periodista don Eduardo Haro", dice el pie de foto, "y su hijo". Su hijo, el que sería luego Haro Tecglen. Una criatura de unos siete años, aún inocente de sí mismo, aún libre de su propia peripecia. Creo que en ese momento olvidé algunas de nuestras diferencias, me libré de su sarcasmo hiriente y se quedó reinando en mi corazón lo más valioso de la que fue, estoy segura, una amistad: las mañanas en la radio, su devoción por aquel Manolito que escuchaba con su hija Yamila, algunas cenas en Casa Perico. Verlo en aquella foto de los años treinta, tan vulnerable como cualquier niño, me hizo presentir aquella otra parte de la vida que arrastran todos aquellos que fueron criaturas de posguerra. El temible Haro era un hombre al que ibas a matar, pero al que finalmente no matabas porque de pronto él mismo anulaba la tensión que había provocado con una manifestación de afecto. De aquellas cenas nació otra amistad. Haro, o el tío Eduardo, como yo le llamaba, nos trajo a la mesa a sus dos mejores amigos, Emma y Fernando. El mejor regalo que nos hizo el columnista. Yo, a Fernando lo había adorado desde niña. Respiraba su gracia en las viejas comedias, y en mis shows caseros de niña cómica imitaba su voz repitiendo los diálogos de una película que me fascinaba: Adiós, Mimí Pompón. Tanto debí de estirar la gracia que en mi casa me acabaron llamando Mimí. Luego lo he adorado por muchas razones, algunas están a la vista de todo el mundo. En eso pienso ahora, cuando, como tantos otros, espero mi turno para leer un poema suyo en el teatro Español. El tango Caminito de fondo, el cuerpo del hombre que fue Fernando en el centro del escenario y los suspiros de los cómicos a modo de oración laica. Pienso en mis razones para quererlo, que compartiré, seguro, con muchos lectores:
La voz, esa voz con la que leyó el prólogo del Quijote una noche en la Residencia de Estudiantes; la voz que leía en un audiolibro El viaje a ninguna parte y con la que mi hijo se dormía cuando era chico; la voz atemorizante y la voz tiernísima de alguna madrugada en su casa; los ojos azules, grandes, los ojos que daban susto y los ojos que daban abrigo, ojos de hombre joven y sexual, a pesar de los años; su pelo, pelirrojo en un país sin pelirrojos; su rareza física, que le hizo muy atractivo para las mujeres, aunque él coqueteara con la idea de haber sido un hombre feo; su conversación, esas extravagantes afirmaciones que desgrana en la película de Trueba y Alegre, y que te hacen desear que ese hombre siga contando; su falta de impostura, algo que deberíamos aprender todos los que hablamos públicamente, pero más los nuevos cómicos, los de ahora, esos de fama excesiva que sin haber aprendido a actuar en el cine actúan desmedidamente en la vida real; su amor por la pronunciación, por decir los diálogos para que el público los entendiera, al contrario de ese balbuceo naturalista tan en boga; su amor a la libertad individual, la que le fue concedida gracias a vivir en un mundo de cómicos; su voluntad de ser un hombre formado; la entrega a su oficio, como si fuera un carpintero bien disciplinado que se levanta por las mañanas y hace una mesa, una silla, lo que toque; su escasa propensión a hacerse el gracioso, a pesar de ser el centro de las reuniones; la irritación que le producía la estupidez; su pelo, que parecía fosforescente; la fidelidad a sus amigos; la necesidad de que le tomaran en serio siendo un cómico entre los intelectuales y un intelectual entre los cómicos; la compasión con la que retrató a los cómicos de la legua; la admiración con la que se le oía hablar de sus compañeros (no es algo tan habitual); el rechazo a ese desprecio que practican los ignorantes; su amor por un lujo de porche con columnas; sus preocupaciones económicas de niño pobre; su amor por las mujeres; su talento para escribir diálogos, su talento para decirlos; su falta de pudor para hablar del fracaso; la reivindicación furiosa de que se le tuviera respeto en esta época en la que cualquier imbécil se te sube a la chepa; su forma de escribir, clara, precisa y sentimental; su falta de pretenciosidad; la inseguridad con la que entró en una Academia en la que otros ingresan tan sobrados. La inteligencia. La sonrisa avergonzada que le provocaban comentarios como el de Emma Penella, que en la cena en su honor que le brindó la Academia de Cine le dijo algo así como: "Fernando, Dios te ha dado muchos dones, todo lo haces bien; pero, hijo mío, qué carácter tienes". El hechizo que provocaba su presencia, el que provocó en mi hijo. El niño se quedó mirándolo toda una noche porque aquel hombre no era real, parecía sacado de un cuento. Y a esa magia contribuía la mujer que añadió encanto a su encanto, Emma Cohen. En eso pienso mientras la veo, a Emma, con la sonrisa de los tristes, colocarme en el atril las hojas del poema que voy a leer de Fernando, como si con esa pequeña tarea pudiera borrar el hecho tremendo, la muerte. –
Más que un hombre, todo un género
CARLOS BOYERO 22/11/2007
La última vez que escuchamos esa voz inconfundible, clavando cada palabra, interpretando un texto con apabullante magisterio, creando atmósfera, fue hablando de las esencias y los rituales del fútbol en anuncios publicitarios al servicio de una cerveza. Un año antes le vimos, pero sobre todo le escuchamos con la boca abierta, en el impagable documental (o lo que sea) La silla de Fernando, haciéndonos el perdurable regalo de hablar con sabiduría, humor, sarcasmo, transgresión y gracia de su relación con el alcohol y con las mujeres, la vida nocturna y los pecados nacionales, el teatro y el cine, la guerra y la posguerra, las patrias y la religión.
Por mi parte, sentí una envidia monstruosa hacia sus amigos, la desolación de no haber tenido la oportunidad de escuchar en vivo y en directo a ese narrador y conversador excepcional, a una inteligencia superior expresando su libre y experimentada visión de las personas y las cosas.
La muerte de Fernando Fernán-Gómez va mas allá de la desaparición de un actor tan identificable como excelso, de alguien que imprimía verdad y complejidad a cualquier personaje que interpretara, del creador de algunas de las películas más inquietantes y conmovedoras del cine español, de un articulista y escritor tan personal como inagotable.
Desaparece un insustituible símbolo de la mejor cultura, una opinión con poder legitimador, anticonvencional y brillante, heterodoxa y libertaria. Ese concepto tan enfático, patriótico, de pompa y circunstancias, denominado una tragedia nacional, adquiere significado, realidad y sentido constatando que ya sólo nos queda el legado de Fernando Fernán-Gómez en los vídeos, los libros y los DVD, que ha desaparecido una persona que formaba parte de las mejores señas de identidad para mucha gente de este país. Me gusta ver y escuchar al actor Fernán-Gómez en blanco y negro y en color, en películas alimenticias o prestigiosas, en las que sólo aportaba su profesionalidad y en las que parecía sentirse implicado, en comedia y en drama, en personajes bondadosos o malvados, en faceta cómica y en faceta trágica, metiéndose en la piel del hombre de la calle o dando vida a gente excepcional, exteriorizando e interiorizando, histriónico o cotidiano, pintoresco o desamparado, parlanchín o receptivo, castizo o intimista, ganador o perdedor.
No recuerdo ninguna decepción con él, aunque el guión o la película fueran infames. Me ocurría lo mismo que con José Isbert, con Marcello Mastroianni, con Robert Mitchum, con Cary Grant. Su presencia siempre es gratificante, desprende autenticidad, está por encima del bien y del mal. Pero voy a recordarle siempre con mucho agradecimiento por su creación de tres ancianos memorables. El tan sabio como cálido de Belle époque, el maestro humanista, librepensador y finalmente masacrado de La lengua de las mariposas y el moribundo enloquecido y obsesionado con ajustar torturadas cuentas con su pasado de En la ciudad sin límites.
Pero inevitablemente soy selectivo con las películas que dirigió. Hubo de todo e imagino que cualquier cosa que llevara la firma de talento tan poderoso se presta a la revisión o a la sorpresa. Cada vez que me he topado con La vida alrededor y La vida por delante me confirman que son inteligentes y agridulces. El mundo sigue se parece demasiado a la vida y continúa provocando cierto malestar y miedo. Refleja el color grisáceo o tirando a sombrío de una época ingrata, gente frustrada o mezquina, sueños y esperanzas definitivamente rotas.
Te asombra cómo es capaz de mezclar esperpento y realismo, humor negrísimo y piedad subterránea, costumbrismo sórdido y perversión fetichista en esa película inquietante y admirable titulada El extraño viaje.
Existen toneladas de comprensión y de sentimiento en ese emotivo y desolado retrato de perdedores que viajan incansablemente a ninguna parte, de la patética supervivencia y el doloroso anacronismo de los cómicos de la legua.
Empieza a resultarme esquemático o superfluo analizar los múltiples dones de este hombre renacentista. Se ha muerto Fernán-Gómez. Todo el mundo sabe lo que eso significa y está de luto. Era uno de los tres más grandes. Nos quedan Berlanga y Azcona.
Luto por un caballero del XIX
R. G. / I. L. - Madrid - 22/11/2007
Desolación. Era el sentimiento que ayer invadía no sólo a los profesionales del cine, que unánimemente reconocían en Fernando Fernán-Gómez la figura de un maestro, sino al mundo de la cultura. Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, indicó que, hace algún tiempo, le pidió por carta que se pusiera su plaza en discusión y se aceptaran candidaturas porque él ya no podía ocuparla; su salud estaba muy quebrantada: "Esto da idea de su extremada delicadeza; Fernando, al contrario de la imagen que se daba de él, era una persona delicadísima que dentro de la institución siempre mantuvo una actitud de imborrable caballerosidad".
Para Alejandro Amenábar, "ha sido el mejor actor que ha tenido nunca el cine español, alguien capaz de interpretar con pasmosa naturalidad lo que decía el guión, entre otras cosas porque entendía mejor que nadie lo que leía. Fue también un grandísimo director y escritor, un referente fundamental para entender la cultura española del siglo XX... Aunque, como oí alguna vez, parecía un caballero del diecinueve". Era "el más grande", según Fernando Trueba. "Es la persona que más me ha hecho reír. El genio más grande de la conversación. La idea de no poder volver a escucharle me resulta muy jodida. Me siento un absoluto privilegiado por haber trabajado en dos ocasiones con él, en El embrujo de Shanghai y en Belle Époque".
"Fernando fue eterno antes de morir", dijo Pedro Almodóvar. "En mi filmografía hay muy pocos personajes mayores masculinos, afortunadamente cuando me salió uno en Todo sobre mi madre, a pesar de su brevedad, Fernando accedió a hacerlo. Es uno de los mejores regalos que he recibido como director".
Marisa Paredes acogió conmocionada la noticia. "Ha sido uno de los amores de mi vida y, desde luego, el amor de mi adolescencia. Me ha marcado a mí y a todos los actores de mi generación, por su amor por la profesión, su sentido del humor rotundo y su sabiduría". Alfredo Landa recordaba cómo su "admiración y cariño" por Fernán-Gómez se acrecentaron durante los dos meses de rodaje de la versión italiana de Marcelino, pan y vino, que dirigió Luigi Comencini en 1992. "Era un asombro. Hablar con él era la felicidad. Era inteligente, sensato, honesto a más no poder, gracioso, con un sentido del humor fuera de serie. Era completo".
La actriz Penélope Cruz fue dos veces su hija en el cine: "Vivíamos muy cerca y en estos últimos años, a veces nos reuníamos en su casa para merendar y ese ángel llamado Enma Cohen nos ofrecía la mejor tortilla del mundo. Yo siempre salía de su casa siendo muy consciente de lo privilegiada que era por poder tenerle como amigo", recordó la actriz por correo electrónico desde Los Ángeles.
A la presidenta de la Academia de Cine, Ángeles González Sinde, le sorprendió la noticia en pleno rodaje de su última película. "Es una persona irremplazable, no sólo en la historia del cine, sino de la cultura española. Es difícil hacer tantas cosas tan bien".
Para Álex de la Iglesia, Fernán-Gómez era la persona más importante de la cultura en España. "No solo ha sido el mejor actor, también fue el mejor director, el mejor novelista. Todo lo que hizo fue esencial y excelente".
José Luis Cuerda, que dirigió a Fernán-Gómez en dos ocasiones -La lengua de las mariposas y Así en la tierra como en el cielo- destacó también su figura como "cumbre de la cultura española" y evocó con emoción los rodajes: "De todos los planos que pudimos filmar, que serían 700 u 800, cuando a mí se me ocurría proponerle algo -lo que sucedió en poquísimas ocasiones- siempre me decía lo mismo: 'Voy a intentarlo, José Luis'. Y yo me emocionaba. ¿Cómo que lo iba a intentar? ¡Lo clavaba!".
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Pedro Almodóvar
El director manchego ha destacado en un comunicado que con el fallecimiento de Fernando Fernán-Gómez desaparece "un artista completo e irremplazable" que "no sólo brilló como actor" sino que también "fue un director esencial tanto en cine como en teatro" y de quien destacó la "eficacia y excelencia" que imprimió a todos sus trabajos y su "versatilidad sin límites". Almodóvar destaca que Fernán Gómez representa "la historia del cine español desde sus inicios hasta nuestros días" y no sólo por su "presencia constante" sino por la "eficacia y excelencia de todos sus trabajos".

Una vida en fechas
- 1940 Debuta en el teatro a las órdenes de Jardiel Poncela.
- 1945 Participa en Domingo de carnaval, de Edgar Neville.
- 1950 Protagoniza Balarrasa, de Jose Antonio Nieves Conde.
- 1951 Protagoniza Esa pareja feliz, de Luis García Berlanga.
- 1952 Dirige su primer largometraje, Manicomio.
- 1964 Dirige la película El extraño viaje.
- 1973 Protagoniza El espíritu de la colmena, de Víctor Erice.
- 1976 Gana el Oso de Plata en Berlín por El anacoreta.
- 1978 Premio Lope de Vega por Las bicicletas son para el verano.
- 1979 Trabaja en Mamá cumple cien años, de Carlos Saura.
- 1987 Gana cuatro Premios Goya: tres por El viaje a ninguna parte y un cuarto por Mambrú se fue a la guerra.
- 1989 Premio Nacional de Cinematografía.
- 1990 Publica su autobiografía El tiempo amarillo.
- 1992 Goya al mejor actor por Belle époque.
- 1995 Gana el Príncipe de Asturias de las Artes.
- 1997 Elegido miembro de la Real Academia Española.
- 2004 Oso Honorífico en Berlín.
- 2006 David Trueba y Luis Alegre estrenan La silla de Fernando, filme basado en una conversación con él.